felicidad por obligación

Madurar es volver a ver IntensaMente, darte cuenta que Tristeza tenía razón y que Alegría es una megalómana insoportable, una egocéntrica y una dictadora de la #%$&!

No es algo que se me haya ocurrido ahora, sino que lo vengo masticando casi desde la primera vez que vi esta película, hace casi una década, y en lo que he vuelto a pensar ahora que estamos a semanas de que llegue la secuela.

No es que la película me haya dejado de gustar. Sigo pensando que IntensaMente es una película extraordinaria, no sólo por lo entretenida y atractiva que es, sino por la forma didáctica como nos presenta el funcionamiento de la mente humana, especialmente en el campo de las emociones. Sólo que no me olvido que esta es una película de Pixar, estudio que tiene la sana costumbre de plantear ideas a las que darle más de una lectura.

La historia la conocemos (SPOILER ALERT):

Riley, es una niña de doce años cuya vida cambia radicalmente cuando su familia se muda de Minnesota, donde tiene su vida hecha a la perfección, a San Francisco, y las cosas no salen del todo como esperaba. Esto lo vemos en el cuartel central de su mente, donde bajo el mando de Alegría (supongo que por eso de que la antigüedad constituye grado, ya que fue la primera emoción que Riley experimentó al nacer), funcionan las cinco emociones principales que ha desarrollado la niña: Desagrado, Furia, Miedo y Tristeza, emoción que Alegría se ha encargado de relegar a un segundo, tercer o incluso cuarto plano, para asegurarse que Riley siga siendo una niña optimista.

La mudanza y adaptación de Riley a su nueva ciudad no ha sido todo lo fácil que se esperaba y Tristeza siente que tiene que hacer algo al respecto, cosa que Alegría intenta impedir, haciendo que ambas terminen fuera del comando central y causando una serie de desequilibrios en la vida de la niña.

Todo se resuelve cuando Alegría asume que no todo se trata de ella, que la vida se compone de matices y entiende el aporte de Tristeza al desarrollo de la niña. Cuando Alegría deja que Tristeza intervenga en el proceso, haciendo que Riley recupera su equilibrio personal y pueda ver su nueva vida con perspectiva.

Aclaremos algo: todos buscamos ser felices en la vida, es parte de la naturaleza humana, para eso está el hombre en el mundo. Pero eso no debe ser a costa de su propia estabilidad, que es lo que pasa tanto con Alegría como con Riley:  mientras la emoción no puede..o más bien no quiere..asumir  que otros también pueden poner de su parte, la niña está cada vez más cerca de cometer una barbaridad, hasta que, producto de las circunstancias, Alegría cede, deja su egoísmo a un lado y permite a Tristeza ponga de su parte, reestableciendo el buen orden de las cosas y el equilibrio entre las emociones.

Todos queremos la felicidad, pero esta no debe ser forzada. Al obligarnos a nosotros mismos a mostrarnos alegres, aunque por dentro estemos destrozados, sólo nos dañamos más.

¿De qué nos sirve andar con una sonrisa de oreja a oreja, si internamente sólo queremos incendiar todo? Sólo para incendiarnos a nosotros mismos.

Sin desmerecer las buenas intenciones de Alegría, ni lo bien que ha hecho las cosas hasta ahora, sólo cuando deja que Tristeza haga lo suyo, es que Riley se libera de lo que pesa en su consciencia, y puede empezar a ver con claridad.

Tomemos a otros personajes de la cultura pop que se obligan a sí mismos a pasar por felices ante los demás: Mr. Peanutbutter, en Bojack Horseman, o Ned Flanders en Los Simpson. Para todos los demás, andan con una sonrisa permanente, pero llega un momento en que ya no pueden soportarlo más y colapsan. Acuérdense de Huracán Neddy y lo que sucede cuando Flanders deja escapar la rabia que ha reprimido por décadas. (También podemos ver una alusión al tema en La Depresión de Lisa, de la primera temporada).

Si, amigos, el fin último del hombre es la felicidad y ser optimista está bien, pero no olvidemos que ni estamos en un mundo perfecto, ni recorremos un camino fácil, sino uno lleno de obstáculos.

La vida, al fin y al cabo, no se compone de absolutos, sino de matices. Por eso tenemos sólo un blanco, sólo un negro y sí toda una amplia escala de grises. Y por lo mismo, de vez en cuando tenemos esa rabia, esa pena, ese dolor que nos invade, que tenemos que dejar salir si queremos que las cruces que a todos nos toca cargar nos pesen menos.

Ni ser feliz es obligatorio, ni estar enojado es delito, ni estar triste es pecado. Es simplemente ser humano.

Francisco.retamaltorres@gmail.com  @panchocinepata (Ex Twitter, Instagram)

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